PATONES DE ARRIBA
“Abajo
he conocido a un hombre maravilloso, dice que le recuerdo a su difunta
esposa, pero me imagino que se refería a cuando estaba viva.” Granujas de medio pelo
Es un pueblo con una arquitectura pintoresca de casas de pizarra, insólita para el habitante del asfalto y el hormigón. De estrechas y tortuosas calles, ha sido rehabilitado de forma acertada en el último cuarto del siglo XX. Está situado en una pequeña garganta, donde corre un río con el mismo nombre del pueblo, Patones se ha convertido en uno de los lugares mas singulares del limitado mundo rural de la provincia de Madrid. Su interés proviene, además de por su arquitectura, por su pasado entre la historia y la leyenda, por la tranquilidad que supone dormir sin un solo ruido y por lo bien que se puede comer.
Los primeros documentos que hablan de patones dicen que a mitad del siglo XVI era una alquería de la Villa de Uceda, denominada Hoz de los patones. Al parecer se la conocía por este nombre gracia a tres hermanos: Asenjo, Pero y Juan Patón, vecinos de Uceda, que se instalaron en la garganta con su rebaño de cabras.
Por lo poco que se conoce, la figura del Rey debió ser en realidad una mezcla de alcalde y juez de paz, que resolvía los problemas entre los habitantes del pueblo y que gozaba del respeto de sus vecinos.
La declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) para Patones
de Arriba le otorga la máxima protección que contempla la ley de
Patrimonio Historico Español.
Patones es uno de esos pueblecitos cercanos a Madrid, en la sierra madrileña que tiene mucho mucho encanto. Por sus casitas, todas de piedra. Sus pasillos estrechos y en cuesta hace que sea un misterio saber que calle o que sera lo siguiente que veremos.
Cuenta, para los enamorados o aquellos que simplemente quieren pasar un finde tranquilo rodeado por la naturaleza con varios hotelitos rurales. Y para los que simplemente quieren ir a comer unos buenos judiones, migas o carne a la brasa, tambien es una estupenda opción.
Es un pueblo con una arquitectura pintoresca de casas de pizarra, insólita para el habitante del asfalto y el hormigón. De estrechas y tortuosas calles, ha sido rehabilitado de forma acertada en el último cuarto del siglo XX. Está situado en una pequeña garganta, donde corre un río con el mismo nombre del pueblo, Patones se ha convertido en uno de los lugares mas singulares del limitado mundo rural de la provincia de Madrid. Su interés proviene, además de por su arquitectura, por su pasado entre la historia y la leyenda, por la tranquilidad que supone dormir sin un solo ruido y por lo bien que se puede comer.
Los primeros documentos que hablan de patones dicen que a mitad del siglo XVI era una alquería de la Villa de Uceda, denominada Hoz de los patones. Al parecer se la conocía por este nombre gracia a tres hermanos: Asenjo, Pero y Juan Patón, vecinos de Uceda, que se instalaron en la garganta con su rebaño de cabras.
Por lo poco que se conoce, la figura del Rey debió ser en realidad una mezcla de alcalde y juez de paz, que resolvía los problemas entre los habitantes del pueblo y que gozaba del respeto de sus vecinos.
Patones
permaneció desde entonces y hasta bien entrado el siglo XX, como un
pueblo ganadero con medio centenar de casas. A mitad del siglo XIX se
convierte en municipio con término municipal propio. Después de la
Guerra Civil y coincidiendo con la construcción de la carretera que
llega al pueblo, los vecinos poco a poco van emigrando a la zona del
valle del Jarama, donde el fértil terreno permitía vivir mejor que en el
estéril barranco del pueblo original, formando de esta manera Patones
de Abajo y abandonando las casas y edificios públicos durante los
siguientes años. Es en los años setenta, ya prácticamente vacío el pueblo, cuando algunos
foráneos lo descubren y quedan prendados de este curioso y singular
lugar. Comienzan a comprar y reconstruir sus casas, convirtiéndolas en
segundas residencias y establecimientos turísticos. Se rehabilitan
edificios públicos y se emprenden obras de saneamiento y otras
infraestructuras básicas, transformando un pueblo fantasma en un
impresionante museo de arquitectura rural, del que se puede disfrutar no
solo mediante su contemplación, sino utilizando los alojamientos y
restaurantes instalados en algunos de sus edificios.
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